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Hay que ser un hijoputa...

Se le cayeron los anillos y no me importó, a pesar de que hacía ya días que sus dedos no me interesaban una mierda, la inercia me hizo recogerlos.

A pesar de que ya estoy cansada y harta de llevar la carga de los demás, acepté la suya. Parece que no se me da mal, recoger pedazos. Complejo de samaritana sin curar.

Yo no esperaba mucho de esto, bien es cierto. Y sobre todo, no esperaba cambios.

Pero es inaceptable, que de nuevo, una y otra vez, un ser vivo esté por debajo de todas las cosas. Esas cosas que ahora ya bien debería saber que se tambalean, que no sirven, que no son eternas, que no son importantes.

Sólo por un instante, pensé que dejaba de ser translúcida.

Errar es humano.

Y de los errores se aprende, pero yo me siento tan ridícula. Tan traicionada otra vez. Esa traición me hace sentir que el camino andado ha sido además de torpe, absurdo. Y por lo absurdo no se puede, ni siquiera llorar. O se llora, pero casi sin ganas, tan sólo por deshacer el nudo y que no se enganche a uno y le haga más daño.

Y sé que es el punto de partida, lo sé, lo reconozco, lo siento, lo huelo...este mundo que me ahoga, que me abraza y que me olvida...retomar desde la herida...

Pero el ridículo me ha hecho cobarde. Me pesa, la ridiculez.

Porque hay que ser muy hijoputa para refugiarte en cosas, gente, situaciones y así, taparlo todo. Hay que serlo para ridiculizar, humillar y destruir, sin más.

Simplemente, hay que ser muy hijoputa.

:((((

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